EL REAVIVAMIENTO, LA REFORMA Y EL DIEZMO
El largo reinado de Ezequías es considerado el punto culminante para la tribu de Judá. Desde el reinado de David y Salomón, Israel no había gozado tanto de la bendición de Dios. En 2 Crónicas 29 al 31, está el relato de Ezequías sobre el reavivamiento y la reforma: “Hizo lo recto ante los ojos de Jehová” (2 Crón. 29:2). “Quedó restablecido el servicio de la casa de Jehová” (2 Crón. 29:35). Se celebró la Pascua (2 Crón. 30:5). “Hubo entonces gran regocijo en Jerusalén” (2 Crón. 30:26). Se destruyeron las imágenes paganas, los altares y los lugares altos (2 Crón. 31:1). Hubo un repentino reavivamiento del corazón y la reforma de las prácticas, que dio como resultado una abundancia de diezmos y ofrendas (2 Crón. 31:4, 5, 12).
Nehemías da otro ejemplo de reavivamiento, reforma y diezmo. Lee Nehemías 9:2 y 3 ( CB ) . ¿Qué significó el reavivamiento del corazón? Lee Nehemías 13 ( CB ) . Después de que Nehemías reformó la “casa de nuestro Dios” (Neh. 13:4 ( CB ) ), ¿qué llevó el pueblo de Judá (vers. 12 ( CB ) )?
“Reavivamiento y reforma son dos cosas diferentes. El reavivamiento significa una renovación de la vida espiritual, una vivificación de las facultades de la mente y del corazón, una resurrección de la muerte espiritual. Reforma significa una reorganización, un cambio en las ideas y teorías, hábitos y prácticas” (SC 53).
La relación entre el reavivamiento, la reforma y el diezmo es automática. Sin la devolución del diezmo, el reavivamiento y la reforma son tibios, si se lo puede llamar reavivamiento. Con demasiada frecuencia, como cristianos, nos quedamos al margen y de brazos cruzados cuando debiéramos comprometernos activamente a trabajar de parte del Señor. El reavivamiento y la reforma exigen un compromiso, y el diezmo es parte de ese compromiso. Si nos quedamos con lo que Dios nos pide, no podemos esperar que responda a nuestros pedidos.
El reavivamiento y la reforma tienen lugar en la iglesia, no fuera de ella (Sal. 85:6). Debemos buscar a Dios para un reavivamiento (Sal. 80:19) y una reforma de “las obras que hacías al principio” (Apoc. 2:5). Debe haber una reforma en relación con lo que retenemos y lo que le devolvemos a Dios.
No es el acto lo que marca la diferencia, sino la decisión mental y las emociones las que revelan los motivos y el compromiso. El resultado será el aumento de la fe, una visión espiritual aguda y una honestidad renovada.